Mal día elijo para actualizar teniendo en cuenta que mi último post me impide evitar una mínima referencia al devenir de los acontecimientos futbolísticos. Efectivamente, se confirmó que la justicia no existe, que no hay recompensa para aquel que lucha con tesón y sin desespero por lograr lo que quiere.
El FCBarcelona volvió a deleitarnos en el Camp Nou con un despliegue de su fútbol en la vuelta de las seminifales de la Champions League y aun así quedó apeado de la competición. Pese a que apelaron a su ADN, al estilo de juego que los ha encumbrado y les ha llevado a ganar la friolera de 13 títulos en tan sólo cuatro años (queda aún la final de la Copa del Rey frente al Athletic), los hombres de Pep Guardiola vieron cómo un Chelsea venido a menos les arrebataba la posibilidad de acudir a la que hubiera sido su segunda final de Champions consecutiva.
Pero lo peor estaba por llegar. Descalificados de la máxima competición europea y sin posibilidades en la liga BBVA tras una dolorosa derrota ante el Madrid en el Camp Nou, los culers sufrieron un duro varapalo. Guardiola echó el cierre y zanjó así las especulaciones acerca de su futuro inmediato en el club blaugrana.
«M’he buidat i necessito omplir-me«. «Quatre anys com a entrenador del Barça són una eternitat». Tan sencillas y honestas fueron sus explicaciones que nadie puede rebatirle o reprocharle. Basta con ver una foto del antes y el después para entender a qué se refiere. Y no, no estoy hablando de la caída de pelo que todos podemos sufrir en periodos de estrés. En cuatro años su gesto se ha vuelto más serio, más frío, más duro. El brillo que imprimían sus ojos en la etapa inicial como entrenador evidenciaban las ganas y la ilusión de un chico de la casa por devolver a su club al lugar que nunca debió perder. Su sonrisa, aunque tímida, llenaba al barcelonismo, le tranquilizaba. Pero ya no queda ni rastro de su sonrisa pícara ni de su fuerza.
No entraré a valorar si hemos sabido tratarle o no o si hay razones ocultas que puede que nunca sepamos que le han movido a salir del club. Sólo quiero mostrarle mi gratitud. Su número, el 4, es el mío desde que lo lucía en la camiseta del Barça. Cuando llegó como entrenador sufría por si esa decisión precoz dada su escasa experiencia en los banquillos dinamitaba la posibilidad de convertirle en un entrenador longevo en el club. He celebrado por partida doble cada uno de los títulos, como culé y guardiolista y ahora me apena verle marchar. Con todo, se ha convertido en un emblema, en un icono y en un ejemplo a seguir. Deseamos que Tito Vilanova siga su estela y nos lleve (a todos) por el mismo camino.
Gràcies, Pep.